lunes, 28 de septiembre de 2009

leymebamba


Leymebamba es uno de los pueblos más hermosos de la sierra peruana. Su ubicación en los andes norteños, cerca al Ecuador, y su poca altura, cerca de 2300 metros sobre el nivel del mar, le da características diferentes a otros pueblos serranos. El camino que escogimos para llegar a Leymebamba fue a través de la ruta que parte de la ciudad de Cajamarca, pasa por Celendín, y cruza el Marañón para luego llegar al valle del Utcubamba, donde está ubicada Leymebamba con sus más de 5000 habitantes.
Decidimos hacer nuestro viaje en Julio, lo cual es recomendable porque hay menos lluvias que en otros meses. Escogimos hacer el recorrido partiendo muy temprano de Lima, pasando por Trujillo (recomendable almorzar ahí), y llegando a Cajamarca para pasar la noche. El día siguiente salimos muy temprano hacia Celendín, buen lugar para almorzar, y sin demora partimos rumbo a Leymebamba, a la cual llegamos ya de noche (ver más información de rutas abajo). La entrada a Leymebamba es por la Plaza de Armas, y toda llegada de algún vehiculo o caminante llama la atención de gran parte de la gente del pu
eblo, que sale a sus puertas o ventanas para observar a los que llegan.

Conforme avanzamos y comenzamos a subir las montañas el clima cambió intempestivamente, nublándose totalmente, y con muchas probabilidades de llover. Y empeoró mientras almorzábamos unas frutas y panes con atún. Este almuerzo simple nos repuso el cuerpo, pues todos estábamos agotados después de varias horas de cabalgata (sí, los fieles caballos y mulas hacían todo el esfuerzo, pero nosotros, solo estábamos acostumbrados a una silla de oficina durante 12 horas al día). Al terminar de almorzar comenzó a llover, y mucho. A la mitad del camino, ya casi a 4000 metros sobre el nivel del mar, el clima se tornó muy frío, y del valle de donde partimos, con sus árboles frutales y sol cálido, ya no quedaba nada, pues estábamos en la puna, con mucho ichu alrededor, sólo algunos pequeños arbustos y grandes montañas de piedra, que no se podían ver por las nubes que las cubrían. El paisaje era uno de los más hermosos que haya visto y la soledad le daba un aura especial.
Después de pasar el punto más alto de la ruta, al comenzar el descenso, debimos bajar de los caballos para darles descanso. Personalmente, nunca antes estuve tanto tiempo sobre un caballo, y verlo subir por los caminos empinados, sufriendo por momentos, sudando mucho, necesitando de tu ánimo, tan fiel, tan dedicado a su ruta, me hizo sentir desde ese momento un mayor respeto y un cariño especial por ellos.

Caminamos cuesta abajo, por una de las partes más difíciles de la ruta, todo muy barroso, con una lluvia persistente, todo tan nuevo y complicado para nosotros. Muchas caídas, metidas literales de pata en el barro hasta la rodilla, que después hacia muy difícil sacarlas. Todo el paisaje en el camino es muy virgen y hermoso, todo tiene tan poca intervención del hombre, todo es tan grande y agreste, que estar allí nos hacía sentir pequeños. Bajamos por el camino apenas marcado por pisadas en las quebradas, y luego de 10 horas de viajar, ya al atardecer, llegamos a la cabaña prometida, solitaria, muy bella, bucólica. Llegamos realmente muy cansados, por la falta de costumbre en esos trajines, sin embargo nuestros guías, ahora buenos amigos, seguían muy frescos, llenos de energía y sobre todo de buen humor (como en todo el camino), listos para aliviar, con sus bromas, nuestro sufrimiento por el camino.
La cabaña a la que llegamos estaba ubicada en la loma de un cerro, a los pies del cual pasa un arroyo. No existe ninguna otra construcción, ni personas a muchas horas de camino, es más, mi paranoia citadina disparó la siguiente preocupación; ¿Qué haríamos si alguno de nosotros se accidenta, o si alguien necesita de un doctor urgentemente, y estamos a 2 o 3 días de algún hospital?. Felizmente, el cansancio no me dejó tiempo para seguir pensado. Nuestro amigos y la señora Rosa Saldaña, guardiana de la cabaña, nos prepararon en su cocina a leña, tallarines con atún, que nos levantó el ánimo e hizo que nos sintiéramos totalmente reparados (los vegetarianos del grupo “levantamos los ánimos” con barras energéticas y panes con mermelada…). Esa noche dormimos en la cabaña, típica de los campesinos; con techo de paja y calamina, paredes de adobe y cama de paja, la cual nos protegió de la fuerte lluvia de la noche.
A la mañana siguiente, también lluviosa, partimos temprano hacia la Laguna, en una caminata que nos tomaría mediodía. Pero, el clima volvió todo más difícil, pues el piso barroso, así como el tener que usar impermeables plásticos, nos volvía un poco torpes, haciendo nuestros pasos más lentos. Pero el esfuerzo valió la pena, pues ver la laguna, desde la cima de la loma en donde se encuentra la cabaña, es realmente impresionante (ver foto panorámica de la laguna).
El llegar a la orilla de la laguna fue algo realmente difícil para nosotros. Teníamos que cruzar hacia la orilla del frente, pues desde allí era posible acercarse a la laguna y porque también, sobre esa orilla están las tumbas chachapoyas, en donde se encontraron, a fines de los años noventa, más de 100 momias intactas. Nos cuentan que todo lo encontrado ahí, fue llevado al Museo de Leymebamba (www.centromallqui.org.pe), para mi, uno de los mejores del Perú, debido a que quienes manejan el museo y participan del trabajo del Centro Mallqui, son pobladores de Leymebamba, que han encontrado una oportunidad de obtener recursos al cuidar de su legado, y así mantener viva su cultura al contarnos su trabajo y sus tradiciones. Regresamos al atardecer a la cabaña y pasamos otra noche más ahí, con el mismo ambiente tan agradable, tan sincero que creaba la gente local y foránea.
Al día siguiente partimos de regreso a Leymebamba, por la misma ruta que llegamos. Fue mucho más corto, solo 6 horas, y todo el camino lo hicimos con el cielo limpio, muy fresco. Se podría decir que el encanto de Leymebamba, es la mezcla de una naturaleza casi intacta, de la historia presente en todos lados, y de la calidez de la gente que disfruta de estar contigo, que no te ven solamente como un trabajo, sino se convierten en tus amigos, y en retribución, durante el viaje, uno deposita en ellos toda su confianza.

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